- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
No es fácil contar esto. Uno no espera verse en una situación así, y menos dentro de su propia casa. Pero pasó, y hasta el día de hoy no he podido sacármelo de la cabeza.
La sobrina de mi esposa vino a quedarse unas semanas. Se mudaba a la ciudad para estudiar y mientras encontraba dónde vivir, mi mujer le ofreció quedarse con nosotros. A mí no me molestó. Siempre fue una buena niña, educada, de esas que no dan problemas.
La cosa es que ya no era una niña.
Cuando la vi llegar, me sorprendí. Era alta, delgada, con la cintura bien marcada y una mirada que no sabía si era curiosa o atrevida. Saludó con un abrazo corto y una sonrisa apretada. Se notaba que había cambiado, pero aún así traté de no pensar nada raro.
Los primeros días todo fue normal. Se mostraba respetuosa, tranquila. Pero empecé a notar detalles. Usaba shorts demasiado cortos para andar por la casa. Se paseaba con camisetas delgadas, sin sostén, y hablaba conmigo con una confianza que antes no tenía.
A veces me miraba más de la cuenta. Y lo peor fue que yo también empecé a mirarla. No lo hacía a propósito, pero me costaba evitarlo. Me sentía incómodo, como si estuviera traicionando a mi esposa solo con pensar ciertas cosas.
Pero no era solo mi imaginación.
Había algo en sus gestos, en la manera en que se acercaba, en cómo se movía cuando sabía que yo estaba mirando.
Y aunque quise ignorarlo ya no pude hacerme el tonto.
Al principio pensé que solo era mi cabeza jugándome sucio, pero no. Poco a poco ella empezó a provocar, a tantear los límites como si supiera exactamente lo que hacía.
Una noche, pasé por el pasillo rumbo al baño. La puerta estaba entreabierta y adentro se escuchaba música bajita. La luz del cuarto estaba encendida. Alcancé a ver su silueta frente al espejo, solo en ropa interior, moviéndose al ritmo de la música mientras se acomodaba el cabello. Pude haberme ido, pude haber desviado la vista, pero no lo hice. Me quedé congelado unos segundos. Y justo cuando iba a seguir caminando, se giró y me vio.
No se tapó. No gritó. Solo me sonrió como si nada.
Después de eso, las cosas cambiaron.
Empezó a buscarme con más descaro. Se sentaba a mi lado cuando veía que mi esposa salía al supermercado. Me hablaba bajito, con la voz más suave que le conocía. Tocaba mi brazo cuando se reía. Una vez, en la cocina, se agachó frente a mí para sacar algo del mueble bajo. Llevaba una pijama tan delgada que el short se le metía entre las piernas.
Me miró desde abajo, sabiendo que yo no podía no verla.
—Mi tía tiene suerte —me dijo, como si fuera un chiste suelto.
Yo me reí nervioso. No sabía qué contestar.
—Si yo viviera con alguien como tú… no lo dejaría salir de la cama —agregó, y se fue como si no hubiera dicho nada.
Esa noche no pude dormir.
Y ya no se trataba de imaginar cosas. Ella me estaba provocando de frente.
Y lo peor es que yo lo estaba permitiendo.
Era sábado por la tarde. Mi esposa había salido a hacer unas compras con su hermana, y me pidió que me quedara en casa por si la sobrina necesitaba algo. No dije nada, solo asentí, pero por dentro ya sabía que algo podía pasar. Se sentía en el aire. En cómo ella me había estado mirando. En cómo yo ya no podía evitar esperarlo.
Estaba en el sofá viendo la televisión cuando ella bajó con una camiseta larga y sin pantalón, solo con ropa interior abajo. Se notaba. Se notaba todo.
—¿Qué ves? —preguntó, como si nada.
—Nada, solo estoy pasando canales —dije, sin mirarla directo.
Se sentó a mi lado. Muy cerca. La camiseta se le subió un poco al cruzar las piernas, y ahí ya no quedaban dudas de que no traía short. La piel le brillaba como si se acabara de poner crema, y olía a vainilla, a cuerpo joven recién bañado.
Pasaron unos minutos en silencio. El televisor seguía sonando, pero yo no escuchaba nada. Estaba concentrado en no mirarla, en no dejar que mi cuerpo me traicionara. Pero entonces se recostó, apoyó la cabeza en mi muslo y me miró hacia arriba.
—¿Te molesto así? —preguntó con una sonrisa que no era inocente.
Sentí cómo mi erección comenzaba a marcarse bajo el pantalón, justo donde ella tenía la cabeza. No me moví. Me quedé paralizado.
Ella no se apartó. Al contrario, subió una mano y la apoyó sobre mi muslo. La fue subiendo lento, como si acariciara la tela, como si explorara terreno con toda la calma del mundo.
—¿De verdad nunca pensaste en mí? ¿Ni una vez?
Le tomé la mano. No supe si era para detenerla o para guiarla.
No dije una sola palabra. Y ella tampoco necesitaba escuchar ninguna.
Ella no me pidió permiso. Solo bajó la mirada hacia mi pantalón, sonrió apenas… y empezó a desabotonarlo como si fuera lo más normal del mundo. Yo seguía sin moverme, el cuerpo tenso, la respiración desordenada.
Me lo bajó despacio, con precisión. Cuando lo tuvo al frente, lo sostuvo con las dos manos. No dijo nada. Lo miró unos segundos, con una mezcla de sorpresa y deseo tan real que me erizó la piel.
Y entonces se lo llevó a la boca.
No hubo juegos previos. No hubo risa. Solo se inclinó y me lo metió con hambre contenida, como si lo hubiera estado imaginando desde el primer día. Su lengua se movía lenta al principio, luego más rápido. Me lo sacaba para escupirlo, lo acariciaba con la mano, y volvía a metérselo hasta que yo sentía que no podía más.
Se escuchaban sus labios, su respiración. Se escuchaba todo, menos la televisión, que seguía sonando sola en el fondo como si no importara.
Me miraba desde abajo, con los ojos encendidos. No dejaba de moverse. Y cada vez que lo hacía, yo sentía que el control se me iba más lejos.
Traté de hablar, de detenerla, pero no me salieron las palabras. Estaba atrapado y ella lo sabía.
Cuando sintió que yo ya estaba al borde, se detuvo. Me soltó con la boca aún húmeda, se levantó con esa seguridad que no se aprende, y se subió encima de mí como si esa fuera su silla desde siempre.
No me dio tiempo de pensar ni de decir nada.
Se acomodó con una mano, apuntó con la otra, y se sentó de golpe. Cerró los ojos al sentir cómo la llenaba. Se quedó un segundo quieta, respirando fuerte, con los labios entreabiertos, y luego empezó a moverse.
La camiseta le subía con cada vaivén. El sudor le bajaba por el cuello. Sus caderas marcaban un ritmo lento al principio, después más rápido, más profundo. Me aferraba a su cuerpo con fuerza, tratando de aguantar, pero me tenía rendido. Ella lo sabía. Se empinaba, se dejaba caer, me lo apretaba con todo. Me montaba como si me perteneciera. Como si esto no fuera la primera vez, sino algo que nos debíamos desde antes.
—Hazme tuyo —susurró, mientras me apretaba con las piernas—. No pares. No te detengas nunca.
Yo no podía ni respirar. Sentía que me iba a venir con cada embestida. Pero aguanté. La sujeté con fuerza por la cintura y dejé que hiciera lo que quisiera conmigo.
Y ella lo hizo completamente.
Cuando terminó, se quedó recostada sobre mí, con la cabeza en mi hombro y el pecho agitado. Tenía la piel húmeda, los labios temblando, y esa expresión en los ojos que no se puede fingir. Me abrazaba con las piernas, como si no quisiera bajarse todavía. Yo la tenía entre los brazos, sintiendo cómo su cuerpo se calmaba y el mío seguía temblando.
Escuchamos el portón abrirse. Mi esposa había vuelto.
Ella se levantó sin apuro, como si nada la alterara. Se bajó de mí, se acomodó la camiseta y bajó las caderas como si lo hiciera todos los días. Caminó hasta el pasillo, pero antes de girar, me miró por encima del hombro.
—No te preocupes —me dijo con una sonrisa suave—. No voy a decir nada.
Se detuvo un segundo más.
—Y no pasó una sola vez. Tú también sabes que esto va a volver a pasar.
Y desapareció.
Yo me subí el pantalón con las manos temblando, todavía húmedo, con el corazón al borde de la garganta… y el deseo, clavado en la piel.
Desde entonces, no he podido verla igual. Ni a ella ni a mí.
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Comentarios
Buen relato amigo solo falto una foto
ResponderEliminarMuy excitante
EliminarExcelente relato continue
ResponderEliminarQue rico lo prohibido!!!!
ResponderEliminarMuy buen relato, quede bien prendido.
ResponderEliminarMuy buena la historia gracias
ResponderEliminarExcelente relato
EliminarEXCELENTE RELATO,Y BASTANTE NORMAL ENTRE TIO Y SOBRINA,ASI COMO ENTRE PRIMOS,UNA EXPERIENCIA QUE NUNCA OLVIDAREMOS QUIENES LA TUVIMOS
ResponderEliminarque rico es eso en verdad
ResponderEliminarMuy hot execelente
ResponderEliminarEstá muy bueno el relato felicidades
ResponderEliminarExcelente relato cuenta que más pasó
ResponderEliminarQue rico te cojio
ResponderEliminarExcelente relato
ResponderEliminarFenomenal relato
ResponderEliminarGracias x compartirlo es muy bueno y exitante la historia
ResponderEliminarCaliente relato, me recordó una cosa similar a eso pero en mi caso no se realizó el acto, sólo caricias y besos
ResponderEliminarExitante casi lo pude sentir
ResponderEliminarMuy buena historia
ResponderEliminar